Prana Blog
Un blog de José Manuel Martínez Sánchez
El yoga restaurativo es muy necesario en estos tiempos en que el estrés y la vida vertiginosa están haciendo estragos en el cuerpo y en la mente. Este yoga supone una invitación, en primer lugar, a parar, a reencontrarse con uno mismo, a conectar con el verdadero descanso que necesitamos, a través del cuerpo y de la mente. Una parada que es también una toma de conciencia para ir poco a poco reencontrándonos con nosotros mismos. Reencontrándonos con nuestro estado actual, pues el comienzo de la sanación, de la vuelta al equilibrio natural, pasa por reconocer nuestro estado presente, por atrevernos a mirar en nuestro interior y ver cómo nos sentimos, cómo está nuestra respiración, qué nos incomoda, qué nos duele, qué opresión, tensión o bloqueo quizás se siente en el pecho, en la garganta o en cualquier otra zona del cuerpo. Y a partir de ahí, soltar, aprender a relajarse, a dejarse llevar por las posturas cuidadosamente ofrecidas que invitan a fluir desde la quietud y la respiración natural. No se puede mirar para otro lado. Lo que ofrece el yoga no es una pastilla inmediata para el éxito, como todo lo que pretenden vendernos en nuestra sociedad de consumo. Es un compromiso real de uno mismo con su propia salud física y mental, es una toma de conciencia. A partir de este compromiso, de ese atreverse a mirarse, a sentirse, a escucharse, a reconocerse: el yoga abre puertas inimaginables de conciencia, paz, relajación, armonía, plenitud… Las posturas, el vigilar el movimiento de la respiración, la atención a las sensaciones corporales… todo ello es un mundo para investigar desde el momento presente. No son posturas comunes las del yoga restaurativo, sino posturas meticulosamente adaptadas, por medio de soportes y accesorios, a las necesidades de la persona. Son posturas para poder, realmente, soltar todo el cuerpo y tomar conciencia plena y relajada de él, para permitirle que se aquiete, que se ablande, que respire, que estire pasivamente, que cree espacios en su columna y en su conciencia, que se escuche desde todo su ser. En el yoga restaurativo, aunque se instala un equilibrio entre el hacer y el no hacer, pues el principio del equilibrio es primordial en el yoga, en ningún momento se superpone el hacer al no hacer, no se da prevalencia a un hacer “ansioso”, que evita la parada consciente y meditativa y que está colonizando nuestro modo de vida, afectando también al yoga y a su propia esencia. El milagro del no hacer Una de las características del caótico modo de vida actual es que todo es hacer, parece que eso de parar es una pérdida de tiempo, algo infructífero. Vivimos en la cultura del hacer. Por eso el yoga restaurativo nos permite redescubrir el tesoro del no hacer, el milagro reparador del dejar hacer a la vida, a la fuerza vital, a la gravedad. Se restaura así nuestra relación entre la acción y la inacción desde una actitud armónica y pacífica, desde un cuerpo que no se resiste sino que permite el fluir natural de la vida. Cuando las resistencias se aflojan y disuelven surge la verdadera armonización energética. Y se retorna a la esencia del yoga legendario donde cada ásana -señala Patanjali- ha de ser estable y serena (sthira-sukham) y también verse libre de todo esfuerzo (prayatna saithilya). Como ha escrito Charlotte Bell, en cuanto a la maestría del yoga y de las posturas (ásanas), “lo que se requiere es mucho más desafiante que simplemente realizar posturas sofisticadas. Lo que se requiere es una mente y ego que puedan estar presentes, sin el deseo de más o mejor. Es la presencia calma que puede permanecer con lo que es, sin importar cómo se vea nuestra postura o la de los demás.” Aprender a dejarnos llevar y sostener, a confiar desde la inacción, a abandonarse al momento presente, es otra herramienta altamente sanadora. Por eso en el yoga restaurativo prevalecen posturas donde nos encontramos mayoritariamente tumbados, en descarga, de manera pasiva o semipasiva, permitiendo que todo nuestro cuerpo llegue a los soportes perfectamente preparados para sostenernos. Parece fácil pero es todo un reto. Y una gran sorpresa descubrir los inmensos beneficios de estas posturas que se ven potenciadas, al aprender a permitir el cese de todo esfuerzo voluntario o incluso involuntario. El cuerpo y la mente se relajan verdaderamente, se activa el sistema pasasimpático, y eso, sin duda, nos regenera. Restaurar los recursos naturales El yoga restaurativo podría definirse como una práctica mindfulness (mindful yoga), pues la atención plena, aquella que no enjuicia, que toma conciencia de lo que hay aquí y ahora para nosotros, es el vehículo integrador que canaliza toda la sesión. Desde una conciencia abierta, desde una receptividad no reactiva, sino integradora y abierta. Una integración de múltiples factores como es el cuerpo, la respiración, las emociones, la mente, las sensaciones internas, la propiocepción, etc. Todo es observado, integrado, sensiblemente escuchado, desde una atención relajada, desde una percepción espontánea y abierta de la vivencia que hay para uno mismo en el momento presente. Por eso se le llama restaurativo, porque esta práctica es profundamente restauradora. Restaura lo natural, nuestros recursos naturales para estar en armonía y en equilibrio con la vida, eso que posiblemente haya quedado perdido u olvidado, ocultado por el estrés, las tensiones, la fatiga, la inconsciencia corporal, la dispersión mental, las preocupaciones, el ajetreo y agotamiento diario, el piloto automático, la atención multitarea… Todo esto nos va sacando de nuestro centro natural, de nuestro equilibrio. Y el yoga restaurativo propone facilitar este encuentro sensible y consciente con nuestras potencialidades, con lo que somos, con lo que puede restaurarse: la capacidad de vivir, conscientemente, con todo nuestro ser (cuerpo, mente, emociones…), aquí y ahora. Artículo publicado en YogaEnRed por José Manuel Martínez Sánchez
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