Prana Blog
Un blog de José Manuel Martínez Sánchez
Hacia una mística de la respiración consciente Entonces Dios formó al hombre del polvo de la tierra, Introducción La respiración nace de uno mismo, del interior, es el cuerpo el que inicia el soplo de vida, tomando su alimento principal, el prana, en su manifestación de aire. El éter o prana es la raíz de todo lo vivo, de todos los elementos, es su fundamento espiritual transmitido a la materia, al cuerpo global de la conciencia "animada". En la filosofía taoísta se denomina chi al soplo que todos los seres comparten como unidad viva. Respirar es sinónimo de vida. Meditar la respiración es indagar en la esencia primera de nuestro estar en el mundo, es ser consciente de un proceso -inhalación y exhalación- que comienza en el nacimiento y que nos acompaña toda la vida. Así lo expresó Krishnamacharya: "Inhala y Dios se acerca ti. Mantén la inhalación y Dios permanece contigo. Exhala y tú te aproximas a Dios. Mantén la exhalación, y te entregas a Dios."
Entramos así en la dimensión espiritual de la respiración, como medio o vía de acercamiento a lo divino, de interiorización consciente de lo sagrado. Y, ¿qué mejor medio para ello que la observación de la respiración? El sabio hindú Ramana Maharshi apuntaba como medio para el conocimiento de la naturaleza real de uno mismo la indagación del Yo a través de la pregunta: “¿Quién soy yo?”. A partir de esta pregunta el indagador reconoce de forma inmediata y espontánea su ser. Pues el Ser es la manifestación suprema localizada en el corazón, más allá del tiempo y del espacio. Ramana Maharshi decía que el primer reconocimiento del ser es el pensamiento o la sensación de Yo, localizado en el lado derecho del pecho. Sentir y saber que Yo Soy es la esencia de la manifestación individualizada. A partir de ahí el mundo se presencia como la conciencia, sin división entre Yo y el Mundo (o lo externo), pues todo es uno, no-dos. Cuando a Ramana Maharshi le preguntaban sobre la respiración como medio de autoindagación del Ser, él afirmaba que también era posible ayudarse de este método de observación de la respiración, pues no deja de ser la expresión de la fuerza vital diciendo, en su ritmo de aire: Yo Soy, Yo Soy. Ante la pregunta “¿quién soy yo?” no existe pensamiento alguno que pueda responderla, tan sólo nos queda el reconocimiento Yo Soy, pero sin identificarse con "esto" o "aquello". Yo no soy esto o aquello, simplemente Soy, y para este reconocimiento esencial no hace falta siquiera palabra alguna, pues se sabe, se reconoce, en el silencio. A través de la magnánima elocuencia del silencio. El Yo Soy se advierte sin palabras, sin dudas y sin dualidad. Toda manifestación, en el hinduismo, conlleva una vibración primigenia, un sustrato, una semilla, el mantra Om. El mantra que puede oírse en el silencio, en el corazón, en el universo. Es la sílaba primera, el original sonido, la voz constante de la luz, la brillante palpitación de todo canto. El Om (Aum) representa los tres estados ordinarios del ser humano: vigilia, sueño con sueños y sueño profundo. Decir o escuchar Om equivale a unificar la trinidad, a fundirse con el Uno Viviente. Hay un segundo mantra que podemos traer a escena y que comparte una trascendencia fundamental con el Om, tanto por su espontánea presencia y realidad en nosotros como por su significado. Me refiero al Soham (Hamsa), dos sílabas que se corresponden con la respiración, pues los yoguis afirman que es el sonido que hace la respiración en su inhalación (SO) y exhalación (HAM) de forma natural, sin necesidad de pronunciarlo, pues se oye al paso y salida del aire por las fosas nasales, y que significa: Yo Soy Él. Así cuando respiramos estamos diciendo Yo Soy Él, o yendo a las fuentes bíblicas: Yo Soy El Que Soy, que es lo que significa Dios o Yahveh (YHWH, en hebreo). Al respirar, por tanto, escuchamos lo que somos, sabemos, saboreamos, vemos lo que somos, lo sentimos y lo realizamos. Indagaremos en la respiración como medio principal para la meditación. Pues, si la respiración está presente y meditar es el arte de ser consciente o de estar presente, la conciencia de la respiración es intrínseca a toda forma de meditación consciente. La meditación del buda Siddharta Gautama (también conocido como “Buda”), fue un profundo indagador del ser, fue alguien que comprendió su verdadera naturaleza real y que trascendió los límites autoimpuestos del “samsara” (rueda de nacimientos y muertes) por medio de la meditación. Así se dio cuenta de que la creencia de que existe un “ego” es la causa de nuestro sufrimiento, pues el “ego” se sustenta en el deseo de devenir y siempre estará buscando algo que lo complete. Pero la realidad última es que no hay nadie que necesite ser completado. La meditación, por tanto, más que ser una búsqueda se revela como la cesación de toda búsqueda, como la clara comprensión de nuestra esencia de totalidad. El buscador es lo buscado, el meditador es la meditación misma, no hay sujeto y objeto sino que la conciencia impersonal clarifica la verdad de lo que somos. Por conciencia impersonal entendemos el estado perfecto de no diferenciación de la esencia constitutiva de las almas. Este estado, que nos acerca a lo eterno, que nos ubica en el origen de nuestra identidad auténtica, más allá de lo fenoménico, abre las puertas de una dimensión inexplorada por la conciencia personal, aquella que se reconoce como un ente separado del resto. Por esta razón se asigna a los estados de profunda meditación una cualidad unitiva, una capacidad expansiva donde se entra en relación con fuerzas espirituales que originan una experiencia del amor sin forma, omnipenetrante y trascendental, capaz de alimentar y hermanar toda la existencia con su esplendor y fragancia incesante e ilimitada. Buda, en los “Sutras”, textos que recogen sus enseñanzas, dejó claros los pasos que llevó a cabo para la realización del ser (las cuatro nobles verdades, el óctuple sendero...), y sirvió de ayuda a numerosos buscadores que, a través del “budismo”, se orientaron en su propia búsqueda interior escuchando el resonante saber del asceta de Lumbini. La enseñanza más importante, a mi entender, del buda, fue la que marcó una revolución en la comprensión de la búsqueda misma, en tiempos en que los gurús y brahmanes eran la autoridad innegable de toda práctica espiritual. Buda insistió una y otra vez en que la única prueba fiable de una verdadera meditación del alma la tiene uno mismo. Uno mismo es el discípulo y su propio maestro último. Como un buen científico del espíritu exhortaba a sus discípulos a corroborar por sí mismos lo que les decía, pues no hay otro medio fiable para el conocimiento de uno mismo que el que busca conocerse escuche en sí mismo la prueba de la verdad de su ser. Buda ofreció herramientas, clarificó el “dharma” (camino espiritual), ejemplificó con su vida el valor del desapego y el desapasionamiento, regaló enseñanzas en el silencio de una flor entregada a Mahakashyapa y habló con la suave y dulce fragancia de los pétalos del loto más puro y bello. Fue un espejo en el que el discípulo pudiera mirarse y reconocerse a sí mismo. No reconocer solamente al maestro, sino ver en el maestro al maestro interior que nosotros portamos, y que nosotros podemos tallar, como una piedra preciosa, por medio de un cultivo compasivo, equilibrado y en armonía con la vida, con la naturaleza y con la verdad que palpita en el verdadero vivir, esto es, el que se asienta en el instante, en el momento presente, más allá de la ilusión que sobre imponen “maya” y su “samsara”. Una realidad, por tanto, prístina, trasparente, es la que Buda compartió, elevando al corazón a su trono primigenio, a su potestad definitiva, por encima del egoísmo individualista, generador de ilusorio sufrimiento. Buda llegó un día, con una flor en la mano. Iba a dar un sermón. Pero no dio ningún sermón, sólo se sentó en silencio y miró su flor. Todos se preguntaban qué hacia. Esto siguió durante diez minutos, veinte, treinta minutos... Entonces, todos comenzaron a sentirse inquietos. Nadie era capaz de saber lo que hacía. Se habían reunido al menos diez mil personas para escucharlo hablar. Y el sólo permanecía sentado, mirando la flor. Mahakashyapa rió. Buda lo miró y dijo: ''Mahakashyapa, ven a mí. Le entrego la flor a Mahakashyapa y dijo: ''Todo aquello que puede decirse, se lo he dicho a todos. Y todo aquello que no puede decirse, se lo he entregado a Mahakashyapa. (“Yo soy la puerta”, Osho). Y así nació el zen, a través de Bodhidharma, quien se consideró un heredero del linaje de Mahakashyapa. Nació el zen a través de un silencio, a través de una respiración consciente y sentida. La respiración es la expresión susurrante del silencio y la vida, unificando movimiento y quietud en callado mantra, en vivificante armonía de vacuidad danzante. Las enseñanzas de Buda trascendieron una mera doctrina teórica porque son eminentemente prácticas. A parte de las consideraciones sobre el karma, el dharma, el samsara, las reencarnaciones, etc., lo que realmente hizo del budismo una escuela "liberadora" fue precisamente la insistencia en los puntos que llevaban directamente a la práctica desnuda de la verdad, algo que el zen simplificó todavía más, a través de Dogen y otros maestros. La práctica del zen se reduce a sentarse y respirar, sentarse y sentirse, sentarse y ser. La vía del zen es la vía cotidiana del ahora caminando liviana por la conciencia de presencia. Sólo así el cielo de la conciencia ve más allá de las nubes la claridad que la unifica. Buda decía que cuando comienza la inhalación uno se da cuenta de que comienza la inhalación y cuando termina la inhalación uno se da cuenta de que termina la inhalación. Del mismo modo cuando comienza la exhalación uno se da cuenta de que comienza la exhalación, y cuando la exhalación termina se da cuenta de que la exhalación termina. Conciencia clara, respiración consciente, visión correcta... Ese fue el camino de Buda, recogido en el Maha Satipatthana Sutra y otros textos canónicos. El método llamado de la meditación vipassana (visión clara) se enfoca en esta actitud de conciencia ecuánime y amplia. A diferencia de los métodos previos de meditación budista llamados de calma mental (samatha) mediante la concentración (dharana), la meditación vipassana supone la plena toma de conciencia sin objeto, totalmente desvelada por el ahora integrador. Buda, en el sutra antes citado, enumera algunos métodos o medios para la práctica de la atención en la respiración, medios que ya encontramos en la vasta literatura yóguica referida al "pranayama" o control de la respiración; por ejemplo, en el famoso tratado de hatha yoga llamado "Yoga Vasishtha", con técnicas precisas de retención de la respiración y otras muchas; o los textos tántricos del shivaísmo de Cachemira, como el “Vijñana Bhairava Tantra”, etc. Si bien, como luego veremos, la finalidad del yoga es la de lograr controlar la mente con el fin de conseguir la cesación de los movimientos mentales que obstaculizan la unión yóguica, podemos ver que para Buda esto sólo es un paso inicial o de entrenamiento que ha de desencadenar siempre en la toma de conciencia, en una visión clara que no controla sino que observa, que es consciente. Así, la finalidad no es controlar la mente para llegar a la quietud sino darse cuenta de la transitoriedad de los estados mentales (impermanencia) e incluso de la necesidad misma de querer controlar la mente para la propia autosatisfacción de estados más placenteros. Sin un fin de lograr algo, el ser alcanza espontáneamente su estado natural, cuando se libera de toda necesidad de acción (karma) para lograr su felicidad. La acción fluye de forma natural, en un hacer sin hacer (lo que nos acerca al concepto taoísta del Wu-wei: no acción). En el Karma Yoga incluso, el yoga de la acción desinteresada, podríamos hallar un deseo que mueve a ese tipo de acción, esto es, la liberación de karma. Buda, iba aún más allá, pues sostenía que no hay ningún "yo" y por lo tanto ningún karma que le fuera propio. La identificación con un "yo" es lo que genera al "yo" con sus identificaciones egoístas. El deseo de liberación es visto así como un deseo del ego, puesto que, si no hay "yo", ¿quién se tendría que liberar? Llegados a este punto, podemos formular una pregunta que nos invite a seguir indagando, y es la siguiente: ¿qué aporta la respiración consciente a la meditación? Sin duda, mucho. Dándonos cuenta de que el estado de conciencia vital, tal y como lo percibe un individuo, conlleva un flujo dual de inhalación y exhalación, la meditación o la contemplación aterriza, por decirlo así, en la atestiguación de ese proceso, un proceso que como acentúan los yoguis, se corresponde con nuestra energía vital, con el prana que respira y vivifica el cuerpo. Una técnica recomendada por Buda era la del conteo de respiraciones, para aumentar la conciencia del proceso respiratorio. Otra era la antes mencionada de darse cuenta de cuando se inhala y cuando se exhala, de si la inhalación o exhalación es larga o breve, acelerada o pausada, etc. Como un científico de sí mismo, Buda invitaba a tomar nota de esos movimientos y sus cualidades observables y objetivas. Otra técnica interesante, también apuntada por los yoguis, es la observación del lapso entre inhalación y exhalación y entre exhalación e inhalación. Es decir, ese instante sin movimiento, ese punto en el vacío de donde surge el respirar y de donde al expirar otro nuevo vacío será abrazado por un nuevo hálito viviente. Ese lapso de la respiración carece de dualidad, como el silencio, supone el nexo entre el flujo constante del movimiento de expansión y contracción. Un instante sin tiempo, parecido al no tiempo de lo eterno, generador, como Brahma; y culminador, como Shiva. Es el momento del éxtasis, del nirvana o aniquilación de gozo, que permite de nuevo la creación y su mantenimiento (Visnú). Como se dice en el hinduísmo, Brahma crea, Visnú nutre y Shiva culmina. Culminación como el orgasmo, como la energía kundalini ascendiendo al encuentro en la Shiva-shakti del tantra, como la exhalación que tras la inhalación realizada, abraza el vacío y danza con lo eterno, originando de nuevo en unión amorosa. Energía Kundalini Mi noche es para ti, es para que asciendas mientras Yo desciendo. Y entonces, ahí, nos encontremos. (Señor Shiva a través de Shakti Ma) La iluminación es un destello de la conciencia. Así de sencillo, así de natural. Porque la iluminación es un proceso natural, aunque esta palabra pueda parecer que se refiere a algo sobrenatural. Toda vida tiene un proceso. Es un proceso de crecimiento que nos lleva a ir madurando, aprendiendo, experimentando, sintiendo… Diversas enseñanzas son las que la vida nos ofrece, a veces a base de dolor y sufrimiento y otras a base de alegría y dicha. Muchas veces el sufrimiento es lo que precede a la sabiduría. Muchas veces la verdad es recordar aquello que habíamos olvidado, porque en todo proceso de evolución espiritual es necesario ir adquiriendo un grado de equilibrio en todos los aspectos, una compensación, un ritmo que no deja nada de lado, que todo lo aúna en una armonía que sustenta un caminar consciente. El proceso de despertar de la energía Kundalini es un desarrollo íntimo, porque supone despertar todo ese potencial nuestro que llevamos dentro y que de forma natural adquiere nuevamente el autoconocimiento. Ese autoconocimiento es dar luz a la ignorancia, porque ésta vela, oscurece, la verdad de la conciencia. Es decir, la ignorancia no nos indica que no existe esa verdad, sino que la verdad está tras ella, por eso llamamos a la ignorancia el velo de maya, esa apariencia que cubre la realidad, sin embargo la realidad está ahí, puede ser vista claramente quitando ese velo. Decimos que hay un ascenso en el despertar espiritual, decimos que la energía Kundalini tiene la forma de una serpiente enroscada que, a medida que crece ese proceso de despertar va desenroscándose y ascendiendo en torno a los chakras, desde la base de la columna vertebral (muladhara) hasta el séptimo chakra (sahasrara) en la cabeza. Decimos que ese ascenso ha de ser consciente, desde el primer momento hasta su culminación, pasando por todas las fases, adquiriendo ese conocimiento, esa verdad, que conlleva todo el proceso de despertar. Se dice que puede haber un despertar espontáneo, pues la iluminación es un destello espontáneo de la conciencia, o múltiples destellos espontáneos que llegan a conformar cada momento, cada instante, cada segundo en una realidad iluminada, es decir, consciente de la verdad que la ordena, presenta y realiza. ¿Cómo puede ocurrir ese proceso si no es, por tanto, mediante la atención, mediante la observación directa del hecho espiritual? Un darse cuenta del espíritu quizá al cerrar los ojos, al ver esa inmensidad sin límites que aparentemente es infinita oscuridad y que –sin embargo- puede atisbarse como infinita luz, espaciosidad, inmensidad interior. Libertad. Hay un destello en esa observación. Hay una chispa que enciende el proceso, una vez que nos enfocamos ahí. Así la energía Kundalini sube con nosotros, de nuestra mano. Nos muestra el camino y se lo mostramos a ella, y así no tiene lugar el caos ni el desbordamiento, porque hay una continua y profunda observación del ser. ¿Qué es esta verdad espiritual? ¿A qué podemos llamar verdad espiritual? ¿Cómo podemos nombrar aquello que no tiene forma? ¿Cómo podemos dar forma a aquello que no tiene nombre? En el silencio hay muchas respuestas, porque el silencio no tiene nombre ni forma. Es un lapso creativo, es un momento del no lugar, del no momento. Empecemos pues, escuchando al silencio y dejando que el silencio nos escuche a nosotros. En esa realidad no forzada, que simplemente ocurre. Es ahí cuando la verdad tiene lugar, cuando no es una operación racional, deductiva o inductiva, lógica o ilógica incluso, no es nada de eso. Es una quietud que observa el movimiento, un movimiento que se observa en la quietud. Todo se describe así por sí mismo y en sí mismo. Toda experiencia espiritual es un llegar a ser lo que somos, y ese ser que somos se descubre ahí dentro, en cada corazón, en cada conciencia abierta, receptiva a ese despertar que ha de surgir por sí solo, como proceso que culmina y que da nueva vida, que transforma nuestra existencia hacia un nivel distinto de comprensión más allá de lo que cualquier proceso mental pueda intentar comprender e interpretar. En la respiración tenemos un foco de observación, un movimiento constante del prana, del aire vital que toma el aire del mundo, la energía universal, la shakti, para alimentar al alma individual. Ambas son la misma cosa, igual que la inhalación y la exhalación son también una misma cosa, un mismo proceso que llamamos respiración, donde no podría existir la una sin la otra, al igual la energía vital y la energía espiritual o universal crean un ritmo, una armonía que cuando nos integramos conscientemente en ella la reconocemos; y ella –al tiempo- por sí misma, guía el proceso de reconocimiento de la Conciencia. Prana El movimiento de la respiración de expansión y contracción simboliza el recorrido de Kundalini hacia su punto culminante del séptimo chakra, donde shakti (energía divina femenina) va al encuentro de shiva (energía divina masculina) y juntos descienden de nuevo al primer chakra, al punto vital u origen del prana (hara), unos dos dedos por debajo del ombligo. Kundalini-shakti es la fuerza primordial de vida que constantemente va al encuentro de Shiva para lograr el matrimonio Shiva-shakti. Es el flujo vital, el recorrido de lo individual a lo cósmico, del alma separada hacia su unión consciente y completa con su todo amado y buscado. El prana no es la respiración sino la energía de vida que da lugar a la respiración, pero que también es la causa de que haya vida en las plantas, animales, minerales, planetas, estrellas, etc. E incluso antes del prana está la fuerza original y misteriosa, pues como dice una famosa upanisad: “Lo que el prana no revela, pero que es revelado por el prana, eso y sólo eso, conócelo como el Brahman” (Ken upanisad). Este Brahman nos recuerda al misterio que se escucha en los versos del Tao Te King. En este mismo upanisad leemos lo siguiente: “Los ojos no pueden aproximársele, ni tampoco el habla ni la mente. Por lo tanto, no le conocemos ni sabemos cómo enseñarlo. Es diferente de lo conocido y diferente de lo desconocido. Así lo oímos de nuestros predecesores que nos enseñaron.” Por tanto, la respiración tiene como causa el prana experimentado como movimiento, y el prana a su vez tiene como causa un misterio, un origen, un tao innombrable. Como leemos en el Lie Tse, un famoso tratado taoísta, “lo que no ha nacido es el origen de todas las cosas”, es la unidad original no nacida, lo femenino misterioso. Lo que vemos son “las manifestaciones del Tao” pero el Tao no puede ser visto ni oído. Partimos de los principios de yin y yang para hablar de las cosas, para configurarlas, para entenderlas. La calma y el movimiento, la quietud y la acción, el flujo constante de la vida es la manifestación como sustancia que tenemos de la Unidad Original. Antes del yin y el yang el chi o vapor original no ha sido dividido, vive en su esencia espiritual y es acaso atisbado por el hombre en los estados de profunda contemplación y meditación, en las danzas extáticas, en los samadhis y satoris… El estado del sabio se corresponde con la magnánima comprensión o vivencia de ese origen indiferenciado, y es por ello que puede transmitirlo, apuntar con su dedo a la luna del misterio profundo que late en su corazón. En otra parte del Lie Tse se nos dice: “Si entendéis lo que significa mantenerse sin esfuerzo, no habrá nada que no podáis hacer”. Este principio de la espontaneidad de espíritu apunta directamente a la salud y a la armonía del ser, en su estado natural. Como antes dijimos, la acción sin acción o sin esfuerzo era la clave para la liberación budista o despertar, pues suponía una clarificación de la individualidad entendida como un alguien que tiene que hacer algo, es decir, de un “yo” separado que ha de buscar su unidad. En el estado eterno la unidad es realizada, la búsqueda es ya continuo encuentro presente, y la danza entonces surge sola, está viva siempre, bella, eterna, fresca, elegante, sanadora, liviana, inocente, transparente… La vivencia del ego supone un gasto de energía que, cuando además ha olvidado mirar directamente a su fuente primigenia, es constante pérdida, enfermedad y sufrimiento. Quizá la inmortalidad radique en esa conciencia no individual que no necesita malgastar el prana celeste que le ha sido regalado precisamente por buscarlo fuera, por creer que es limitado y que muere. Cuando la fuente está dentro, ¿por qué agotarse buscando fuera y abandonar el manantial interno de salud que está conectado al cielo original del espíritu? En los “Brahma Sutras”, texto canónico del hinduísmo, leemos la siguiente anotación: “Y la principal energía vital (prana) (es un efecto del Absoluto)” (Sutra 8). Es el prana, por tanto, lo que alienta al espíritu por medio de la respiración, y como ese dedo que señala a la luna es la respiración esa mirada atrás, al infinito, a su origen, al misterio de donde proviene. El prana, a su vez, está en todas las células, todo respira en el cuerpo, y a su vez todo está sincronizado con la naturaleza. El embrión, antes de formarse los pulmones, se alimenta del prana materno y del universo, de las mareas, de la luna, del sol… Todas sus células están conectadas con la vida como espíritu cósmico, pues de ahí ha nacido, pues su Madre Misteriosa, ese espíritu del valle, ha insuflado aliento de vida a su criatura, a la flor de su creación. La luna influye en el movimiento de las mareas, la luna inhala en su ascenso hasta llenarse, jugando con el sol, en luz y sombra, y exhala hasta ser nueva, hasta llegar a ese punto en el vacío donde parece que se ha ido, ese lapso de la respiración, ese ausencia que es presencia intuida y que también podría cantar aquellos versos de San Juan de La Cruz: ¿Adónde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti, clamando, y eras ido. El juego de los contrarios, la vivencia del absoluto y la nada, de la noche oscura y del amanecer en “ansias inflamado”, el rayo de amor que no cesa y que nos mueve hacia la vida. Y la mirada sosegada de la contemplación, en la quietud no nacida, testigo del movimiento, espectador de la obra del cielo y de la tierra. Danza de sanación Hay una sanación del espíritu a través del movimiento, con la respiración como compás del espíritu, que nos lleva a contemplar y a danzar mirando al Tao. Es esa mirada al origen, esa danza que baila con lo eterno que no se puede nombrar, pero que se puede sentir, y que nos abraza, mueve, eleva hasta su clara cumbre. “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder”. (Mateo 5:14). Una ciudad, como habló Jesús, en la cima de una montaña no se puede ocultar, pues resplandece por la luz del cielo, es bañada por la verdad del espíritu y es abrazada por el amor que la alimenta y cuida. Esa montaña representa el lugar donde tiene la comunicación con el cielo, esa mirada a lo alto que nos vincula con nuestra ciudad original, con nuestra madre tierra y cielo. En esa danza sanadora uno entra en el estado sin estado que los versos del Tao describen como la esencia primordial que no puede ser nombrada. Es el Tao Te King un baile a escondidas con el Amado Tao, un decir sin decir, un susurrar tácito, un entender sin entender. Sólo podemos respirar este misterio, saborearlo, ser uno con Él. Jesús dijo: “Y ahora, glorifícame Tú, Padre, junto a Ti, con la gloria que tenía contigo antes de que el mundo fuera” (Juan 17:5). Ese antes de que el mundo fuera simboliza esa vuelta al origen, al principio generador, a la raíz de lo manifestado, a la paz inmutable que es felicidad y dicha sagradas. En otro versículo de San Juan, leemos: “En verdad, en verdad os digo: antes que Abraham naciera, yo soy” (8:58). Los cabalistas establecen una relación etimológica entre Abraham, primer patriarca de la tribu de Israel; y Brahma, generador del mundo, Dios como manifestación creadora en el hinduismo. Todo lo que vemos es Brahman, Brahman en la multiplicidad que genera el velo de maya o ilusión. Todas las cosas son Él, y el juego de la creación (lila) es el sueño por el cual lo buscamos, aparece y se esconde. El yoga de la devoción (bhakti) ve a Dios, a Krishna, en todas las cosas y canta constantemente su nombre. Y la respiración es ese canto callado, ese mantra silente que dice Yo Soy Él, esa voz que escuchamos en lo interior de nosotros, como aire y alimento llegado de Dios. Qi Gong Existe un Ser maravilloso, perfecto. Existía antes que el Cielo y la Tierra. ¡Cuán tranquilo es! Es único e invariable, toda la Vida proviene de él, lo envuelve todo con su Amor como un manto y pese a todo, no reclama para sí ningún honor. No conozco su nombre, así que lo llamo “Tao, el Camino”, y me regocijo en su poder. (Lao Tse) El Tao es humilde, no reclama nada para sí. Nosotros podemos seguir su estela mirando su no comienzo, su poder libre de todo añadido que quisiéramos añadir, pues sólo se reconoce en esa humildad que no se puede agarrar, ni sostener, acaso ser sostenidos por ella vibrando en el vacío de su unidad intangible e inocente a través del Qi Gong Li, o habilidad del soplo que posibilita la unidad. J.L. Padilla nos da la siguiente traducción de Qi Gong Li: “El trabajo de la respiración que posibilita el fortalecimiento de la salud” o el “Arte o la habilidad de, a partir del soplo, mantener la fuerza”. Qi significa “soplo”, Gong, “habilidad” y Li, “unidad” o fuerza unificadora. Volver, por tanto, a la fuerza original y para ello, vaciarse, dejarse llevar por esta fuerza, permitir humildemente que ella nos reconduzca hacia la Fuente. El Qi Gong es el arte sanador del espíritu, es la senda de conexión con el “soplo vivificante” y el reconocimiento de su fuerza, no nuestra, sino de su origen misterioso. Es un camino hacia la salud y armonía de espíritu, una manera de contemplar el estado de Tao y fundirse con él, de dejar a un lado la idea de fuerza individual y pasar a formar parte de la Fuerza, como servidores de su Mismidad. Ella misma es la Suprema Sabiduría, la que otorga la libertad del vuelo y la senda que la orienta, la que abre los caminos y despeja las nubes, permitiendo la visión clara, la unicidad abierta y receptiva, y nos permite ser servidores de una fuerza mayor que nos sostiene sin pedirnos nada a cambio, solamente que abramos los ojos en el reconocimiento sincero de que ella es nuestra propia esencia eterna. En la vacuidad podemos ser contenidos por la Fuerza Misteriosa, vacíos de nosotros mismos, de esa energía entendida como fuerza individual que se separa de la Fuente. Dejando ese espacio hueco, vacío, permitimos que lo eterno irradie y se extienda en nosotros, como el universo y las estrellas. Toda la luz y oscuridad, el movimiento y la quietud entran en ese espacio que está más allá de todo, inmanifestado, innombrable. La proximidad de la “Nada” es la vacuidad, o –por decirlo en otras palabras- la vacuidad es la Fuerza circundante de la Nada”. Ese vacío, esa “Nada”, o esa Fuerza alrededor de la “Nada” es lo que va a permitir ser creativo, porque justamente la obra creadora, la Creación, es aquella que se sucede a partir de la Nada. (“Qi Gong”, J.L. Padilla). No se puede retener lo que es libre en esencia; el Amor, lo que viene del Cielo. Sólo nos abrimos receptivos a su escucha, le tendemos la mano con una humilde inclinación de reverencia, para así descubrir el regalo insondable de su Realidad Creadora, de su música callada y sensible. El Qi Gong es el arte de ese movimiento sutil que danza con la Esencia en entrega sanadora, el movimiento de la vida, el soplo vivificante de todo lo creado. En comunión de gozo con el soplo, el qi (chi) o prana, nos unificamos con la raíz de lo vivo y miramos, como las ramas del árbol, al cielo que se alza sobre nosotros. La habilidad del movimiento del Qi es, básicamente, el arte de vivir, supone la armonía y sincronía con la Naturaleza, el regreso al hogar que creíamos haber abandonado, el Ser. “Sin esfuerzo, de forma natural, es el estado más alto”, dijo el sabio hindú Nisargadatta. No hay otro modo de fluir con la vida que despojándonos de todo obstáculo que nos impida ser Uno con el fluir de la vida misma, ser Uno con el Todo. En la vacuidad somos servidores de lo Alto, vibramos en la nota que la Creación ha dispuesto para nosotros, y permitimos la Armonía Universal. Un canal vacío permite el paso completo de la luz, de la energía, del amor en consonancia con su fuerza original, con su sentido y dirección, con su causa y destino. Que la danza del vacío nos llene y enamore de la luz celeste vital en cada respiración, devolviéndola al Universo, en constante y eterno Soplo de gratitud, paz y amor sincero.
0 Comentarios
Deja una respuesta. |
Newsletter:Categorías
Todo
Meditaciones Online:Libro-Ebook:MEDITACIÓN ESENCIAL
José Manuel Martínez Sánchez Para más información, haz click en la imagen de la portada. |