Prana Blog
Un blog de José Manuel Martínez Sánchez
Siddharta Gautama (también conocido como “Buda”), fue un profundo indagador del ser, fue alguien que comprendió su verdadera naturaleza real y que trascendió los límites autoimpuestos del “samsara” (rueda de nacimientos y muertes) por medio de la meditación. Así se dio cuenta de que la creencia de que existe un “ego” es la causa de nuestro sufrimiento, pues el “ego” se sustenta en el deseo de devenir y siempre estará buscando algo que lo complete. Pero la realidad última es que no hay nadie que necesite ser completado. La meditación, por tanto, más que ser una búsqueda se revela como la cesación de toda búsqueda, como la clara comprensión de nuestra esencia de totalidad.
El buscador es lo buscado, el meditador es la meditación misma, no hay sujeto y objeto sino que la conciencia impersonal clarifica la verdad de lo que somos. Por conciencia impersonal entendemos el estado perfecto de no diferenciación de la esencia constitutiva de las almas. Este estado, que nos acerca a lo eterno, que nos ubica en el origen de nuestra identidad auténtica, más allá de lo fenoménico, abre las puertas de una dimensión inexplorada por la conciencia personal, aquella que se reconoce como un ente separado del resto. Por esta razón se asigna a los estados de profunda meditación una cualidad unitiva, una capacidad expansiva donde se entra en relación con fuerzas espirituales que originan una experiencia del amor sin forma, omnipenetrante y trascendental, capaz de alimentar y hermanar toda la existencia con su esplendor y fragancia incesante e ilimitada. Buda, en los “Sutras”, textos que recogen sus enseñanzas, dejó claros los pasos que llevó a cabo para la realización del ser (las cuatro nobles verdades, el óctuple sendero...), y sirvió de ayuda a numerosos buscadores que, a través del “budismo”, se orientaron en su propia búsqueda interior escuchando el resonante saber del asceta de Lumbini. La enseñanza más importante, a mi entender, del buda, fue la que marcó una revolución en la comprensión de la búsqueda misma, en tiempos en que los gurús y brahmanes eran la autoridad innegable de toda práctica espiritual. Buda insistió una y otra vez en que la única prueba fiable de una verdadera meditación del alma la tiene uno mismo. Uno mismo es el discípulo y su propio maestro último. Como un buen científico del espíritu exhortaba a sus discípulos a corroborar por sí mismos lo que les decía, pues no hay otro medio fiable para el conocimiento de uno mismo que el que busca conocerse escuche en sí mismo la prueba de la verdad de su ser. Buda ofreció herramientas, clarificó el “dharma” (camino espiritual), ejemplificó con su vida el valor del desapego y el desapasionamiento, regaló enseñanzas en el silencio de una flor entregada a Mahakashyapa y habló con la suave y dulce fragancia de los pétalos del loto más puro y bello. Fue un espejo en el que el discípulo pudiera mirarse y reconocerse a sí mismo. No reconocer solamente al maestro, sino ver en el maestro al maestro interior que nosotros portamos, y que nosotros podemos tallar, como una piedra preciosa, por medio de un cultivo compasivo, equilibrado y en armonía con la vida, con la naturaleza y con la verdad que palpita en el verdadero vivir, esto es, el que se asienta en el instante, en el momento presente, más allá de la ilusión que sobre imponen “maya” y su “samsara”. Una realidad, por tanto, prístina, trasparente, es la que Buda compartió, elevando al corazón a su trono primigenio, a su potestad definitiva, por encima del egoísmo individualista, generador de ilusorio sufrimiento. Buda llegó un día, con una flor en la mano. Iba a dar un sermón. Pero no dio ningún sermón, sólo se sentó en silencio y miró su flor. Todos se preguntaban qué hacia. Esto siguió durante diez minutos, veinte, treinta minutos... Entonces, todos comenzaron a sentirse inquietos. Nadie era capaz de saber lo que hacía. Se habían reunido al menos diez mil personas para escucharlo hablar. Y el sólo permanecía sentado, mirando la flor. Mahakashyapa rió. Buda lo miró y dijo: ''Mahakashyapa, ven a mí. Le entrego la flor a Mahakashyapa y dijo: ''Todo aquello que puede decirse, se lo he dicho a todos. Y todo aquello que no puede decirse, se lo he entregado a Mahakashyapa. (“Yo soy la puerta”, Osho). Y así nació el zen, a través de Bodhidharma, quien se consideró un heredero del linaje de Mahakashyapa. Nació el zen a través de un silencio, a través de una respiración consciente y sentida. La respiración es la expresión susurrante del silencio y la vida, unificando movimiento y quietud en callado mantra, en vivificante armonía de vacuidad danzante. Las enseñanzas de Buda trascendieron una mera doctrina teórica porque son eminentemente prácticas. A parte de las consideraciones sobre el karma, el dharma, el samsara, las reencarnaciones, etc., lo que realmente hizo del budismo una escuela "liberadora" fue precisamente la insistencia en los puntos que llevaban directamente a la práctica desnuda de la verdad, algo que el zen simplificó todavía más, a través de Dogen y otros maestros. La práctica del zen se reduce a sentarse y respirar, sentarse y sentirse, sentarse y ser. La vía del zen es la vía cotidiana del ahora caminando liviana por la conciencia de presencia. Sólo así el cielo de la conciencia ve más allá de las nubes la claridad que la unifica. Buda decía que cuando comienza la inhalación uno se da cuenta de que comienza la inhalación y cuando termina la inhalación uno se da cuenta de que termina la inhalación. Del mismo modo cuando comienza la exhalación uno se da cuenta de que comienza la exhalación, y cuando la exhalación termina se da cuenta de que la exhalación termina. Conciencia clara, respiración consciente, visión correcta... Ese fue el camino de Buda, recogido en el Maha Satipatthana Sutra y otros textos canónicos. El método llamado de la meditación vipassana (visión clara) se enfoca en esta actitud de conciencia ecuánime y amplia. A diferencia de los métodos previos de meditación budista llamados de calma mental (samatha) mediante la concentración (dharana), la meditación vipassana supone la plena toma de conciencia sin objeto, totalmente desvelada por el ahora integrador. Buda, en el sutra antes citado, enumera algunos métodos o medios para la práctica de la atención en la respiración, medios que ya encontramos en la vasta literatura yóguica referida al "pranayama" o control de la respiración; por ejemplo, en el famoso tratado de hatha yoga llamado "Yoga Vasishtha", con técnicas precisas de retención de la respiración y otras muchas; o los textos tántricos del shivaísmo de Cachemira, como el “Vijñana Bhairava Tantra”, etc. Si bien la finalidad del yoga es la de lograr controlar la mente con el fin de conseguir la cesación de los movimientos mentales que obstaculizan la unión yóguica, podemos ver que para Buda esto sólo es un paso inicial o de entrenamiento que ha de desencadenar siempre en la toma de conciencia, en una visión clara que no controla sino que observa, que es consciente. Así, la finalidad no es controlar la mente para llegar a la quietud sino darse cuenta de la transitoriedad de los estados mentales (impermanencia) e incluso de la necesidad misma de querer controlar la mente para la propia autosatisfacción de estados más placenteros. Sin un fin de lograr algo, el ser alcanza espontáneamente su estado natural, cuando se libera de toda necesidad de acción (karma) para lograr su felicidad. La acción fluye de forma natural, en un hacer sin hacer (lo que nos acerca al concepto taoísta del Wu-wei: no acción). En el Karma Yoga incluso, el yoga de la acción desinteresada, podríamos hallar un deseo que mueve a ese tipo de acción, esto es, la liberación de karma. Buda, iba aún más allá, pues sostenía que no hay ningún "yo" y por lo tanto ningún karma que le fuera propio. La identificación con un "yo" es lo que genera al "yo" con sus identificaciones egoístas. El deseo de liberación es visto así como un deseo del ego, puesto que, si no hay "yo", ¿quién se tendría que liberar? Llegados a este punto, podemos formular una pregunta que nos invite a seguir indagando, y es la siguiente: ¿qué aporta la respiración consciente a la meditación? Sin duda, mucho. Dándonos cuenta de que el estado de conciencia vital, tal y como lo percibe un individuo, conlleva un flujo dual de inhalación y exhalación, la meditación o la contemplación aterriza, por decirlo así, en la atestiguación de ese proceso, un proceso que como acentúan los yoguis, se corresponde con nuestra energía vital, con el prana que respira y vivifica el cuerpo. Una técnica recomendada por Buda era la del conteo de respiraciones, para aumentar la conciencia del proceso respiratorio. Otra era la antes mencionada de darse cuenta de cuando se inhala y cuando se exhala, de si la inhalación o exhalación es larga o breve, acelerada o pausada, etc. Como un científico de sí mismo, Buda invitaba a tomar nota de esos movimientos y sus cualidades observables y objetivas. Otra técnica interesante, también apuntada por los yoguis, es la observación del lapso entre inhalación y exhalación y entre exhalación e inhalación. Es decir, ese instante sin movimiento, ese punto en el vacío de donde surge el respirar y de donde al expirar otro nuevo vacío será abrazado por un nuevo hálito viviente. Ese lapso de la respiración carece de dualidad, como el silencio, supone el nexo entre el flujo constante del movimiento de expansión y contracción. Un instante sin tiempo, parecido al no tiempo de lo eterno, generador, como Brahma; y culminador, como Shiva. Es el momento del éxtasis, del nirvana o aniquilación de gozo, que permite de nuevo la creación y su mantenimiento (Visnú). Como se dice en el hinduísmo, Brahma crea, Visnú nutre y Shiva culmina. Culminación como el orgasmo, como la energía kundalini ascendiendo al encuentro en la Shiva-shakti del tantra, como la exhalación que tras la inhalación realizada, abraza el vacío y danza con lo eterno, originando de nuevo en unión amorosa. por José Manuel Martínez Sánchez Meditación guiada:
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