Prana Blog
Un blog de José Manuel Martínez Sánchez
El Chikung, cuyo origen se remonta a la antigüedad china, significa el arte del soplo, o, dicho de otro modo, el arte de trabajar con la energía vital. En China puede ser usado en hospitales como medio de sanación, pues forma parte esencial de la Medicina Tradicional China. Además, también lo practican y enseñan, por ejemplo, los monjes taoístas o los monjes shaolín como base de las artes marciales internas o como forma de meditación y contemplación, pues, en definitiva, sus efectos contribuyen a generar equilibrio y armonía, además de fortalecer nuestro cuerpo físico, energético, mental y emocional. Es también un camino o arte de dimensión espiritual, que nos lleva a conectar con el Tao, con el Ser, con nuestra esencia íntima y universal. A través del qigong, del movimiento natural de la energía, podemos sintonizar y reconocer nuestra unidad con el universo, pues, no hay que olvidar que el verdadero chikung, el que acompaña al gran Tao, es el Chikung Li, refiriéndonos con 'Li' a la idea de unión, de unidad. Con ello, también el chikung supone el encuentro y la unidad con uno mismo, una manera de conocernos, de observarnos y sentirnos. Algo que no se establece desde la mente sino desde el espíritu; que no busca definirnos sino realizarnos, desarrollarnos. Y, por supuesto, en última instancia, no persigue un fin u objetivo concreto, sino que se desenvuelve en el siempre nuevo y espontáneo momento presente. Chikung significa 'moverse con la energía' o 'moverse con la vida'. El desequilibrio viene cuando olvidamos la capacidad natural de movernos con -y en- la vida, de forma armoniosa. La naturaleza, el planeta Tierra, con sus estaciones y elementos, funciona como un todo en el que nosotros formamos parte integral. Se dice que somos un microcosmos espejo del macrocosmos. Incluso, por encima aún de la Tierra, somos parte del Universo, y como tal, somos un reflejo de él. Recordando esa identidad y retomando la intención de recobrar esa unidad con el universo, el chikung nos lleva a movernos en esa simple intención, a crear desde esa posición de reflejar nuestra esencia más natural. Es, por tanto, el arte de ser uno mismo, trazando espirales como las que dibuja la vía láctea o la tierra alrededor del sol o movimientos sencillos y puros como los del pájaro, la nube o un río. Ser permitiendo que la vida sea, hacer sin hacer, moverse siendo movido por la fuerza unificadora de la vida, por el soplo vivificante.
Ser, en definitiva, el misterio que envuelve la naturaleza y el universo, el gran Tao indefinible, indescriptible, pero intuido, sentido, escuchado, desde el silencio o el vacío que nos ofrece la sublime armonía del ser. Solamente hemos de escucharnos y escuchar, y todo surge, danza, espontáneamente. Esa es la belleza, la inocencia, el arte, de moverse con la vida, en la vida, desde la vida misma siendo. José Manuel Martínez Sánchez
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