Prana Blog
Un blog de José Manuel Martínez Sánchez
El corazón como centro de paz en la meditación El corazón tiene una ubicación física pero no me refiero al órgano del corazón, aunque coincida la ubicación. Podemos localizarlo más en el centro, en el llamado chakra del corazón, mejor que en el órgano, y desde aquí sí que es más fácil conectar con esa sensación o estado de paz interior. Para que haya una conexión con el corazón no es casual que haya una ubicación que ponemos en el centro del pecho y no en la cabeza. Entonces, de alguna manera bajamos a un lugar en el que la mente -o la cabeza- no está presente. Puede aparecer, puede intervenir, puede intentar controlar… pero la mente no es el referente, no es el centro. El centro es el corazón. Si por ejemplo hablamos del amor, puede haber definiciones, muchas maneras de concebirlo, pero va a ser mental el tratar de experimentarlo mediante esas definiciones; tendríamos que bajar al corazón para realmente saber lo que es el amor. Amor hacia la vida, las personas, hacia uno mismo; o el amor sin objeto. Y el amor sin objeto es uno de los objetos -por decirlo así- de meditación. Yo simplemente medito en amar. Simplemente. Porque eso es una capacidad que está en mí, que está presente. El sol, su manera de amar, o de expresar el amor, es que está siempre brillando, siempre dando luz y calor, y gracias a eso da vida. No está convenciendo a nadie de que lo ame o no lo ame. Simplemente está siendo lo que es, no puede ser otra cosa el sol. Pues en nosotros pasa lo mismo, conectar con el amor no es crearlo ni diseñarlo sino ser consciencia, darnos cuenta de ese sol, eso que está ahí en nosotros y siempre, continuamente, está expresando ese sentir o amor. Y para sentir eso solamente hay que observar ese lugar, el corazón, sin pasarlo por la mente de cómo debe ser o no debe ser y por eso -conectar con el corazón- es una de las meditaciones más profundas, porque vamos directamente a la esencia. *** Observar sin juzgar Conviene mantener una actitud de observación y de no rechazo a todo lo que va surgiendo. No rechazar lo que tenga que expresarse. Si aparecen pensamientos, incluso si éstos no son agradables, lo observo desde el corazón en la meditación. Lo acepto, no lo niego. Y este es el siguiente propósito que en la meditación va surgiendo. Previamente sería conectar con aquella parte más esencial de mí mismo, que no tiene por qué ser un lugar concreto, sino que esa parte esencial de mí mismo puede ser -por ejemplo- cuando siento que estoy en el momento presente, cuando siento que la vida se está expresando en este momento. Y la segunda idea que surge es cómo entablo una relación -sin que sea una lucha- con aquello que considero que no me permite esa paz interior. Cuando trasciendo lo que no me permite la paz -llamémosle ego- es cuando conecto con algo que no soy yo comúnmente hablando o donde no estoy yo como persona delimitada. Cuando no está la idea de yo, por ejemplo en el silencio, simplemente hay un silencio, un momento presente. Y puedo escuchar ese silencio y conectar con algo más grande que el yo psicológico. Puedo conectar con la capacidad de observar. Hay una distancia en el observar, no soy mis pensamientos sino que observo la nube pasar de los pensamientos y puedo dejarla que pase, puedo observar simplemente. Y eso es la meditación: observar. Y podemos añadir: observar sin juicio. Si aplico esto durante diez minutos -observar sin juicio- estoy meditando y probablemente sea lo más difícil: observar sin juicio. ¿Qué es el juicio? Es la mente. Y si hay juicios -que va a haber- pues observo sin juicio los juicios que hay. Porque si no me voy a juzgar por juzgar y ya empieza el problema. Al decir observar sin juzgar, es un infinito, no digo yo observo -para no involucrar al yo- sino observar. ¿Quién está observando? No importa, simplemente hay observación, se está observando. *** Soltar el control de la mente. Fluir con lo que es Con la práctica de la meditación empiezan a surgir pequeños cambios, momentos en los que la mente se calma y aquieta. Parece como que cambia también la realidad de alguna manera. La meditación nos va aportando, conforme vamos conectando con ella, con nuestro ser, desde este momento presente, una profunda presencia que nos saca de esa marea que a veces pueden ser los pensamientos, las emociones, las sensaciones del cuerpo desagradables y dolorosas. El hecho de que la meditación tenga el fin de parar la mente o no pensar es algo que la aleja del objetivo porque estamos generando una lucha. Quizá al meditar o surjan preguntas cómo: ¿y ahora qué tengo que hacer para meditar bien?, ¿cómo se hace esto?, ¡tengo que parar la mente! Y no nos damos cuenta de que estamos controlando con la mente. Queremos que la meditación sea también un acto controlado en el que tiene que ser cómo hayamos programado, y si no -que es lo más probable muchas veces, que la mente siga su cotidiano movimiento- nos enfadamos, hay cierta frustración y vemos que hoy no es el día, ni mañana, ni pasado… Y muchas veces es por eso, es porque queremos que la meditación sea como parece que tiene que ser y en cuanto hay obstáculos no es el momento. Pero poco a poco sí que se va viendo que la meditación incluye todo ese proceso, incluido el no querer pensar o el intento de control. Si todo eso lo voy llevando a mi conciencia, para darme cuenta de que hay alguien, que soy yo, que quiere controlar todo lo que pasa. Y no sólo en la meditación sino también en la vida. ¿No sucede eso en la vida, que queremos controlar de alguna manera todo lo que va a pasar? Queremos que suceda de tal manera, que es como nosotros tenemos previsto. Y eso conlleva tensión. Para controlar tiene que haber tensión. Tensión significa que estoy poniendo una energía en que algo suceda como yo quiero que suceda. La energía se enfoca en controlar, y eso supone tensión. Cuando no hay tensión no se llamaría controlar sino fluir o simplemente ser, estar, pero sin una intencionalidad, digamos que exagerada, porque evidentemente siempre hay una intencionalidad, si salgo a la calle salgo a un sitio, no salgo por salir (aunque a veces sí) pero en general voy hacia algún lugar. Pero si quiero desde que salgo a la calle que no cruce conmigo tal persona, que no pasen coches… si todo eso lo tuviera que controlar, sería imposible y habría muchísima tensión. Y así pasa por ejemplo en la familia o con personas que nos pueden generar ciertas tensiones y pensamos que la manera de resolverlas sea tal y como nosotros queremos. Es tensión contra tensión. Y eso, como en la propia meditación, no se puede conciliar luchando contra eso. Sería otra tensión más: la tensión de meditar para quitar el control. Siempre se dice que en los comienzos de la meditación el que medita es un controlador, porque está siempre desde ese personaje, hábito o automatismo que tenemos para funcionar. Entonces, ¿cómo sería meditar sin controlar? Es fundamental estabilizar la atención. Cuando se estabiliza la atención hay calma y cuando no se estabiliza hay agitación y dispersión. Pero, ¿cómo llegar a esa atención estable sin que sea un proceso en el que quiero controlar, sin obligar a la mente a que se quede quieta? Porque eso puede durar un poco pero se va a rebelar. Se empieza, por tanto, por aceptar, permitir, sabiendo que se va a ir igualmente. Tomemos el ejemplo de las nubes. Las nubes son los pensamientos, la confusión, pero nuestro estado natural es la claridad del cielo. Y desde esa claridad del cielo podemos permitir, observar, que pasen esas nubes pero el ego se iría con ellas, se metería dentro, y en la meditación permanecería observando. Es la diferencia y es el gran proceso, que unas veces estamos más viendo la película desde fuera (meditación) y otras veces estamos más dentro de ella. Cuando estamos dentro el ego está mucho más identificado con el papel, incluso no es un papel para él, es su realidad. Entonces se trata de volver a esa observación sin juicio, sin intento de control, como un espectador o testigo. Un testigo es objetivo, no se implica en los hechos, simplemente atestigua lo que va sucediendo y tampoco valora lo sucedido. En la meditación a veces entramos con el juicio y con la opinión (no quiero que pase esto, quiero que este pensamiento se vaya, o entro en mis preocupaciones…) y me salgo de mi papel de simple observador. Pero no pasa nada, vuelvo a él. No digo ya no vale, dejo de meditar. No. Me he dado cuenta y vuelvo a observar, a escuchar. El simplemente observar lo que hay -sin querer modificarlo- va a ser liberador. El darle espacio, no es lo único que existe (tal emoción de enfado, miedo…) sino que voy abriendo el foco al presente con todo lo que hay y se va haciendo más pequeño y disolviendo lo que antes era muy grande (lo único que podía ver). No se trata la práctica de meditar de un juego mental o una estrategia, sino que conlleva unas pautas muy claras y precisas que nos van enfocando en el momento presente y desde ahí estamos con lo que suceda y eso que sucede es como es. Del libro: Meditación esencial
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